Kanae Chung Mendoza

El Perú no es hogar solo de blancos, negros o indígenas, sino también de chinos. Es mi hogar, y yo soy todos ellos. En mi sangre corren sus memorias e historias que fluyen boca a boca. Devoro sus costumbres para hacerlas mías, aunque a veces las rechazo porque las siento inmerecidas.
Mi primera memoria es una donde mi tía me llevaba a un festival chinchano: la Vendimia, donde se extraía pulpa de uva al ritmo del festejo. Sin embargo, lo que más recuerdo es que me pidieron que no participara:
«Arruinas el espíritu con ese baile de china.»
Soy mestiza parte materna y china parte paterna, pero nunca lo había visto como una desventaja. Nunca pensé que mi forma de danzar, de ser, me predispusiera a no merecer participar. Así, incluso después de mudarme a Chincha, donde el baile es esencial, me negué a bailar.
Pero luego de ser elegida representante en un evento escolar, decidí interpretar el “baile del dragón”. Esa experiencia me impulsó a entrar a una academia, donde conocí personas que no veían colores, sino almas que bailan.
Hoy, si me preguntan quién soy, diría:
«Soy un Perú. Nuestro baile no nos rompe el espíritu. Lo completa.»