Julio Eduardo Torres Pallara
En nuestra paqarina Titi Qaqa, el azul del cielo resplandecía, eran tiempos del Tawantinsuyo. Qorichallwita se desplazaba por el río Coata hasta Lagunillas y volvía a la paqarina, todo era armonía. Entre las piedras, sobre la arena, en medio de los llachos y totorales compartía la compañía de K’ayra, humantu, mauri, suche, ispi.
Un día llegaron seres extraños cargando una peste rara, la civilización y la sumisión, creando el infierno para los Qhapaqkuna y el dolor para Pachamama.
Cinco siglos después, sus ciudades crecieron, la peste manaba, profanando la armonía del Coata, de la Mamaqocha. Humantu, mauri y el suche habían muerto, k’ayra había huido, todo era desolación, Coata estaba contaminado.
Los Qhapaqkuna sobrevivientes también sentían las consecuencias del progreso y el sufrimiento de Qorichallwita, entonces fueron ante las autoridades, pero estas habían heredado la peste, no los escucharon, más bien los persiguieron.
Qorichallwita, invocando a Thunupa, convertido en sueño cósmico le contó sus problemas a niños y jóvenes. Algunos al despertar, pese a la indiferencia de otros, decidieron indagar, buscar soluciones, descubrieron que en nuestra Pacha todo tiene o da vida, y hacer comprender esa verdad era el principio de la cura para la peste. Sumaq kawsay.