Sophia Lizzeth Mejía Poclin
Nunca antes en la historia habíamos buscado un nuevo comienzo, pues se nos acaba fugazmente el tiempo. Demasiado bien sabía que estábamos condenados y a medida que nuestras vidas transcurren, rechazamos el distópico futuro al que estamos destinados.
Ciertamente un día me estremecí al reconocer que el mundo se volvía más frágil: Los árboles lloran, pero no puedes escucharlos; nuestros glaciares desaparecen y sin embargo no podemos salvarlos.
Podemos culpar a los demás, a la ceguera colectiva que nos ha dividido, mientras el planeta arde ante todo lo que hemos producido.
Discutimos por las autoridades sin buscar solución, nos conformamos con promesas vacías que nos dan decepción y aún el eco de nuestra discordia resuena en cada rincón de la nación.
Necesitamos urgentemente la unión para volvernos uno como población. Por lo tanto, prometamos por su libertad, por remediar nuestro daño y por cambiar esta vida donde nos encontramos. Abramos los ojos, y con regocijo admiremos nuestro lugar en la tierra, cual nos brinda hogar sin hesitar.
El proceso de negación puede ser doloroso, pero debemos cumplir con nuestra promesa cada segundo para salvarnos juntos. Poco importará quien será nuestro próximo presidente, cuando ya no quede nadie en el mundo.